jueves, 18 de agosto de 2011

Un mundo de protestas


Es ingenuo suponer una simple coincidencia entre estas manifestaciones y las de los países árabes.
Durante años, los debates económicos y las decisiones financieras se han tomado en despachos de gobierno, oficinas internacionales y sedes de bolsas y bancos.
De repente, en los últimos tres meses, el pueblo llano comprendió que aquellos debates y esas decisiones lo afectan directamente y ha optado por dejarse oír.


El verano del hemisferio norte encrespa los espíritus y, así, cientos de miles de personas se manifiestan pacíficamente en las calles de Madrid, protestan en las de Tel Aviv y convierten varios barrios de Londres en sucursales del infierno.
El más veterano de los movimientos europeos es el de los indignados españoles, que, inspirados en prédicas del nonagenario filósofo francés Stéphane Hessel, ocupan plazas y avenidas para denunciar el desempleo, los recortes sociales y la incapacidad de los políticos. Nacido en Madrid el 15 de mayo (por lo cual se lo denomina 15-M), el movimiento se ha extendido a otras ciudades del país y de Europa. Sus acciones concretas, convocadas a través de las redes sociales, buscan proteger a inmigrantes sin papeles, familias a punto de ser expulsadas de su vivienda, puestos de salud que se cierran y actos similares.

Aunque han recibido algunos bolillazos, mantienen su actitud pacífica. Los indignados madrileños tendrán una prueba de fuego durante la inminente visita del papa Benedicto XVI del 16 al 21 de agosto. Al 15-M le han negado todos los permisos para realizar contramarchas que contrasten con las multitudes que recibirán al pontífice.
En Tel Aviv salieron a la calle el sábado pasado más de 250.000 ciudadanos desesperados por los precios de la vivienda, la mala calidad de la educación y los grupos fundamentalistas que ocupan territorios vecinos. Los primeros sorprendidos eran los propios manifestantes, pues hacía años no se veía una protesta de semejantes dimensiones en Israel. "Hay algo que ha despertado", escribió uno de los presentes. "Es algo todavía indefinible e impredecible.

Ni en Tel Aviv ni en Madrid se produjeron desórdenes graves. Pero sí en Londres, donde un joven negro fue abaleado el sábado en el empobrecido barrio de Tottenham, presumiblemente por la Policía.
A su muerte siguieron varias noches de incendios, saqueos, pedreas y choques con los agentes. El martes había ya 536 personas detenidas, se calculaban las pérdidas en varios millones de euros y las asonadas se habían extendido a Birmingham, Manchester y West Midlands.
La 'batalla de Londres', inédita desde las asonadas de 1981, es producto de lo que un congresista llamó "mezcla tóxica": marginación racial y cultural, recortes en servicios de asistencia, desocupación juvenil, imprevisión, reacción tardía de los políticos, pobreza iracunda y vandalismo puro. El poeta negro David Lawrence comentó: "Si estos estallidos caen por sorpresa es porque la gente estaba mirando hacia otro lado. Lo que ha ocurrido es indefendible, pero no inesperado".

Como en los demás casos, las redes sociales han sido fundamentales para agrupar a los que protestan. Un típico trino que invitaba al saqueo londinense del domingo decía: "Policía despistada. Todos a las 7 a Strattford Park y nos haremos ricos".

Solo los ingenuos pueden suponer que se trata de una curiosa coincidencia la de estas explosiones de protesta con las que han ensangrentado a países árabes como Túnez, Egipto, Siria y Libia, o las de los estudiantes chilenos con el respaldo de caceroladas de las clases media y baja. 
En el fondo de todo están las consecuencias impopulares de la crisis económica, la frustración juvenil y el fracaso de sistemas políticos que han perdido la sintonía con la gente.

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