sábado, 28 de abril de 2012

Paul Estrade: Prefacio del libro “Estado de sitio” de Salim Lamrani

Este libro presenta una realidad desconocida que los medios informativos encargados de seleccionar y descifrar la información tergiversan, ocultan deliberadamente, y muchas veces callan. Estos medios dominantes, múltiples pero unívocos, disimulan respecto a Cuba una realidad que Salim Lamrani se dedica a restituir aquí.
Cierto, los “especialistas” institucionales de Cuba y los enviados “especiales” a La Habana mencionan la existencia de un “embargo” en sus comentarios sobre las dificultades que padece el pueblo cubano. Siempre de la misma forma: del modo más breve y vago posible, al final de una frase, con una sola palabra. No pueden negar la existencia de un embargo, pero en sus análisis actúan como si no existiera. Así, para ellos no parece necesario recordar sus orígenes (ni, de hecho, el nombre del Estado responsable), sus motivaciones cambiantes, su carácter ilegal, sus modalidades perversas, su duración insoportable, sus efectos deplorables.
Para algunos, el embargo es un factor accidental, sin importancia, una circunstancia desprovista de sentido y de consecuencias. Cuando se dignan a hablar de él lo transforman en coartada e incluso en una ganga para Cuba. “¡Así se escribe la Historia!” diría Voltaire. Pero, ¡qué curiosa casualidad resulta esta convergencia!
No se podría explicar, en 2011 menos que nunca, que la única causa del actual y grave estancamiento de Cuba se debe al bloqueo que han impuesto los gobiernos estadounidenses desde 1960. Las reformas drásticas que se llevan a cabo en Cuba demuestran lo contrario. Algunos pretenden que el gobierno cubano utiliza desde hace décadas y con fines propagandísticos las sanciones injustas que afectan a su pueblo, para minimizar sus propios errores y las carencias de su sistema. Convendría, en este caso, explicar entonces por qué el gobierno de Estados Unidos no las ha eliminado, como se lo pide todos los años la Asamblea General de la ONU de modo casi unánime, y que en octubre de 2010, 187 Estados (contra 2: Estados Unidos e Israel, y 3 abstenciones: Micronesia, Islas Marshall y Palau) se lo pidieron otra vez votando la resolución “Necesidad de levantar el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba por los Estados Unidos de América”.
En efecto, el embargo resulta costoso e inútil y sus ejecutantes deberían rápidamente renunciar a él. Peor, el embargo proporciona un argumento cómodo al gobierno cubano y sería juicioso que sus instigadores lo suprimiesen enseguida.
Ahora bien, lo mantienen –Demócratas como Republicanos, Obama como Bush– contra el deseo de las naciones, contra la opinión mayoritaria de los ciudadanos de su país, contra los intereses vitales de la población cubana víctima del estado de sitio. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Con qué finalidad?
Salim Lamrani no se conforma con subrayar los daños humanos de este embargo de otro siglo (pensemos en el boicot de Haití) que dura desde hace medio siglo. Examina, punto por punto, las etapas de su elaboración y su reforzamiento, lo ubica en una perspectiva histórica y lo considera desde el punto de vista del derecho internacional. No le resulta difícil mostrar su injusticia. No obstante, lo hace sin énfasis, sin acrimonia, apoyándose, como de costumbre, en numerosas fuentes procedentes, en su mayoría, de documentos oficiales publicados en Estados Unidos.
Así, el autor acumula hechos precisos, fechados, establecidos, y reproduce todo un abanico de opiniones autorizadas. Mesurado en el tono, sobrio en la palabra, es prolijo en la demostración. ¿Demasiado serio? Desde luego el asunto tratado no incita a la broma, pero uno sonríe aquí y allá al leer las tonterías ocasionadas por la aplicación estricta del embargo. Uno aprende de la pluma de los jueces estadounidenses que importar delfines de Cuba o vender pianos a Cuba son negocios que atentan contra los intereses y la seguridad interior de Estados Unidos. Lo ridículo no mata desde hace tiempo. Pero el bloqueo mata, sólo por la prohibición de introducir en Cuba medicinas insustituibles.
Llámenlo como quieran –“bloqueo” o embargo–, las sanciones económicas que golpean a Cuba carecen de fundamento. Los pretextos bajo los cuales se justificaron en Washington se han desvanecido uno a uno. Además, ¿quién puede pretender que Cuba haya amenazado o amenace todavía a Estados Unidos? Todo el mundo sabe cuál de los dos Estados ha sido el agresor en el curso de la Historia y cuál ha sido el agredido, particularmente desde 1959. Todo el mundo sabe que la Bahía de Cochinos, donde intentaron desembarcar mercenarios en 1961, se encuentra en Cuba y no en California.
Todo el mundo también sabe –o debería saber– que cuando se derrumbaron las Torres gemelas de Nueva York, el gobierno cubano brindó inmediatamente su colaboración, y cuando el ciclón Katrina devastó Nueva Orleans, las autoridades cubanas ofrecieron espontáneamente su ayuda desinteresada. A pesar del recrudecimiento del embargo…
Los incontestables logros cubanos en los campos de la educación, la salud, la cultura y el deporte, se conquistaron también a pesar del embargo… El coste de éste, más allá del coste generado por las agresiones y las amenazas de intervención armada, fue evaluado en octubre de 2010 por el ministro cubano de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez, en más de 750.000 millones de dólares (valor actual de esta moneda) por los pasados cincuenta años. Suma que permitiría saldar muchas deudas públicas, empezando por la de Cuba.
A pesar de la incongruencia de este “Estado de sitio” permanente y de la enormidad de los sufrimientos que ocasiona, el autor no alza el tono, no ironiza, no invectiva, incluso se muestra gentil con el Presidente Barack Obama, al que reconoce las medidas favorables para suavizar las condiciones de los viajes a Cuba. ¡Pero cuánto saldría engrandecido Obama de su estancia en la Casa Blanca si ordenara el levantamiento total del embargo! El Premio Nobel que recibió antes de lo debido aparecería merecido.
Francia, mediante su representante en la ONU, vota regularmente a favor de la resolución que promueve el levantamiento de este embargo. Pero el compromiso de Francia se detiene allí, mientras que en otras partes, en África o en Asia, promueve con ganas una política dura de “protección de las poblaciones civiles” que elabora, por desgracia, de modo totalmente inadecuado.
Salim Lamrani no nos dice lo que debemos hacer. Pero su exposición rigurosa sería inútil si los amigos de la Justicia y el Derecho no la usaran. Hay que difundir este libro convincente, implacable y fuerte. Hay que indignarse por el mantenimiento de este estado de sitio, combatirlo y contribuir así a su levantamiento incondicional.
Paul ESTRADE.

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