domingo, 13 de mayo de 2012

Ganándole a la adicción de la guerra contra las drogas

Juan Gabriel Tokatlian
BUENOS AIRES – En enero, el presidente estadounidense, Barack Obama, nombró al teniente general del Cuerpo de Marines John F. Kelly para dirigir el Comando Sur de Estados Unidos. Con base en Miami, Florida, el Comando Sur dirige operaciones militares en toda América Latina y el Caribe, y es el "guerrero contra las drogas" fundamental de Estados Unidos en la región. El interrogante clave entre todos los líderes civiles y militares del área es si el cambio de comandantes traerá consigo un cambio en el diseño y manejo del tema del tema de narcóticos.


This illustration is by Paul Lachine and comes from <a href="http://www.newsart.com">NewsArt.com</a>, and is the property of the NewsArt organization and of its artist. Reproducing this image is a violation of copyright law.La primera prioridad del Comando Sur es combatir el narcotráfico desde los Andes hasta el Río Grande. Con el final de la Guerra Fría, la lucha contra el comunismo dejó de ser el principal objetivo de las fuerzas armadas de Estado Unidos; el Comando Sur se concentró cada vez más en iniciativas coercitivas de lucha contra las drogas, y los fondos para librar esa batalla fueron abundantes. Pero el cambio de comandantes es una oportunidad para que Estados Unidos revise, de una vez por todas, su doctrina regional a fin de ocuparse de otras necesidades de seguridad apremiantes.
Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 paradójicamente reforzaron el interés del ejército de Estados Unidos en combatir a los traficantes de drogas ilícitas. Si bien otras fuerzas estadounidenses se involucraron considerablemente en la "guerra contra el terrorismo", el Comando Sur incrementó su "guerra contra las drogas", en tanto sus comandantes se concentraron en atrapar a los jefes de la industria en los Andes, México y América Central.
Eso sucedió en parte porque, luego del 11 de septiembre, América Latina era la única región del mundo que no presenció un ataque de terroristas transnacionales vinculados a Al-Qaeda, de manera que no parecía muy necesario llevar a cabo allí una actividad contraterrorista. Y, teniendo en cuenta que Estados Unidos sigue siendo el mayor mercado de drogas ilegales del mundo, el interés de sus dirigentes en la guerra contra las drogas en América Latina no parece equivocado, al menos no en la superficie.
Ese interés no sólo hizo que el Comando Sur fuera un receptor importante de fondos federales, sino que también lo convirtió en algo similar a una agencia autónoma de lucha contra el narcotráfico. Desde la perspectiva de la región, el Comando Sur parece ser un brazo militar crecientemente "independiente" de la estrategia global de lucha contra las drogas de los responsables de las políticas en Estados Unidos. Prácticamente no tiene que rendir cuentas y cuenta con escasa supervisión parlamentaria, y tiene recursos significativos para llevar a cabo operaciones agresivas de lucha contra las drogas.
De hecho, el Comando Sur ha sido responsable del 75% de los más de 12.000 millones de dólares que el gobierno de Estados Unidos asignó a las actividades contra el narcotráfico en América Latina y el Caribe desde 2000. Sin embargo, a pesar de esta costosa campaña militar, toda la evidencia demuestra que la "guerra contra las drogas" ha sido un fiasco.
El fracaso ha sido dramático. En México, aproximadamente 48.000 personas han sido asesinadas en episodios de violencia vinculados a las drogas desde que Felipe Calderón fue elegido presidente en 2006. Y México no es el único. Las actividades relacionadas con el narcotráfico aumentaron significativamente en toda América Central y el Caribe, lo que detonó un incremento sin precedentes de la tasa de homicidios -que se duplicó en países como Guatemala y Jamaica- en la última década.
Es más, el cultivo, procesamiento y tráfico de cocaína y heroína continúan en todo el Corredor Andino, a pesar de las duras medidas de erradicación y extradición de los traficantes implementadas por parte de Estados Unidos. Simultáneamente, se desarrollaron nuevas rutas de transporte (a través de Ecuador en el Pacífico y de Venezuela en el Atlántico), mientras que proliferaron los barones de la droga, los cultivadores de coca y los caudillos.
El cono sur de Sudamérica -especialmente Argentina, Brasil y Chile- no han sido inmunes a la vasta expansión del crimen organizado, el lavado de dinero y la demanda de drogas. Y, en toda América Latina, la situación no hizo más que empeorar desde los años 1990. Por cierto, la lucha contra las drogas de los países latinoamericanos respaldados por Estados Unidos ha tenido consecuencias destructivas en términos de relaciones civiles y militares, violaciones de los derechos humanos y corrupción.
Estados Unidos no puede negar este desastre. Sus guerreros contra las drogas deben volver a evaluar su posición y poner fin a lo que se ha convertido en una lucha cada vez más equívoca e inútil. En consecuencia, la cuestión más crítica que enfrenta Kelly al asumir su nuevo comando es si puede redefinir el papel del Comando Sur en la lucha contra las drogas ilegales.
Los desafíos militares y políticos son importantes, los riesgos son considerables y los beneficios son inciertos. Pero si el Comando Sur no implementa cambios importantes en la manera en que se lleva a cabo la guerra contra las drogas, Estados Unidos se encontrará, en el sur, frente a un conjunto de vecinos cada vez más volátiles y peligrosos.

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